Iniciada en agosto de 1942, la batalla de Stalingrado constó de dos fases muy diferentes, las operaciones de conquista ejecutadas por el Sexto Ejército alemán, y el cerco al que este se vio sometido desde el momento en que las tropas soviéticas de los frentes del Sudoeste y de Stalingrado contactaron en Kalach, en su retaguardia, el 23 de noviembre de 1942. Incapaces de escapar y tras más de dos meses de lucha en condiciones infernales, los últimos defensores se rindieron el 2 de febrero de 1943, hoy hace ochenta años.
Cuando los ejércitos soviéticos contactaron en Kalach el 23 de noviembre de 1942, los soldados alemanes que habían estado combatiendo para tomar la ciudad quedaron sin capacidad de respuesta pues su situación logística, que ya era precaria, empeoró exponencialmente. Poco a poco los nuevos defensores fueron perdiendo territorios, sufriendo derrotas en enfrentamientos locales y quedándose sin víveres. Su subsistencia empezó a depender de lo que pudiera llegar por el aire. Todo ello, unido a un frío intenso, al denso manto de nieve que cubre la ciudad en invierno y a las enfermedades causadas por las malas condiciones sanitarias, el hacinamiento y la desnutrición, hicieron que el Sexto Ejército empezara a desmoronarse poco a poco. En estas condiciones, la situación de heridos y enfermos se volvió trágica. Los puestos médicos eran insuficientes para curarlos a todos y muchos murieron por falta de personal y de medios para atajar infecciones y lesiones que en otras ocasiones hubieran sido leves. Frente a unos pocos que consiguieron ser evacuados, muchos acabarían amontonados junto a los cadáveres congelados de sus compañeros en espera de que les llegara la muerte.
Últimos días de la batalla de Stalingrado
El 25 de enero de 1943 la metralla de una explosión alcanzó al Generaloberst Friedrich Paulus, un especialista de Estado Mayor convertido en jefe de un ejército de campo, hiriéndolo gravemente mientras sus tropas, que hasta el momento habían conseguido mantenerse al oeste de Stalingrado, perdían territorios. Los soviéticos llegaron al río Tsaritsa. Mientras tanto, desde Berlín, Hitler proclamó: “¡El ejército mantendrá sus posiciones hasta el último hombre y la última bala!”. Se certificaba así el fracaso de los intentos por romper el cerco, así como de la absurda idea de Hermann Göring, comandante en jefe de la Luftwaffe, de suministrar por aire a los cercados. Lo que el dictador tenía muy claro es que no iba a dar permiso a sus generales para que se rindieran pues la derrota podía ser un duro golpe para la moral de la población alemana, una humillación para el Reich y un gran empujón para el Ejército Rojo.
Poco a poco, las tropas del 21.er y del 62.º ejércitos fueron estrechando el cerco, dividiendo a los últimos defensores alemanes en dos bolsas, una al norte y otra más pequeña al sur, y luego en tres dividiendo la del norte. Según los informes, fue durante estos últimos días de enero cuando algunos centenares de militares, en grupos pequeños o individualmente, trataron de escapar del cerco. Algunos jefes llegaron también a plantearse la posibilidad de romper el anillo que los rodeaba para tratar de llegar a las líneas propias, pero casi todos fracasaron y los que lo lograron estaban tan agotados y enfermos que tuvieron que ser enviados a retaguardia de inmediato.
El 28 de enero de 1943, sin munición y cada vez más acorralado, el Generaloberst Paulus envió un mensaje a Hitler que decía: “Ojalá nuestra lucha sirva de ejemplo a las generaciones presentes y futuras para no capitular jamás”[1]. Dos días más tarde, en el décimo aniversario del ascenso de Hitler al poder, quedó claro que habían sido abandonados. En una oración fúnebre en honor del Sexto Ejército, Hermann Göring comparó a los combatientes de la batalla de Stalingrado con los espartanos de las Termópilas, pero estos aún no estaban muertos. Ese mismo 30 de enero Paulus informó a Hitler de que no aguantarían hasta el final de la jornada, a lo que el dictador respondió ascendiéndolo al rango de Generalfeldmarschall con la secreta esperanza de que siguiera resistiendo o se suicidara. No sucedió. Al día siguiente el comandante en jefe del Sexto Ejército se convirtió en el primer mariscal de campo de la historia alemana que caía en manos del enemigo.
Paulus, que se había entregado a título personal, se negó a ordenar la rendición de otros destacamentos, que siguieron combatiendo un poco más. A lo largo de la jornada del 31 se rindieron los cuerpos IV, VIII, XIV Panzer y LI. Para entonces el 64.º Ejército soviético del general Shumilov tenía bajo control casi todos los territorios del centro de Stalingrado y solo quedaba el XI Cuerpo de Ejército, atrincherado en la zona norte.
El mes de febrero se inició con fuertes bombardeos soviéticos sobre las escasas posiciones alemanas restantes, situadas en el sector de Barrikady y la fábrica de tractores, en las que tanta sangre se había derramado ya. Tal y como atestiguó Gottfried Greve, del 194.º Batallón de Transmisiones de la 94.º División de Infantería, la orden que recibieron los agotados defensores era clara: “Camaradas, nos han ordenado luchar hasta la última bala. ¡Ordenes de dios!”[2]. Afirmaba que esta sería su sentencia de muerte mientras pasaban el tiempo escondidos entre las ruinas y los sótanos, sin apenas comida y con gran parte del batallón enfermo o con heridas graves.
El final de la batalla de Stalingrado
El 2 de febrero, hace hoy ochenta años, fue el último día de una de las batallas más cruentas de la historia. La noche anterior, el General der Infanterie Karl Strecker, jefe del XI Cuerpo de Ejército, empezó a contactar con todos sus comandantes para decidir si se rendían o continuaban luchando. Eran las 4.00 horas cuando le tocó el turno al Generalleutnant Arno von Lenski, comandante de la 24.ª división Panzer. Strecker le dijo que no podían rendirse, pero entonces el otro le contestó que ya había enviado un emisario para hablar con los soviéticos. Entonces, el jefe del XI Cuerpo decidió redactar dos mensajes. El primero para sus subordinados, enviado a las 7.00, para indicarles que dejaran de combatir, que destruyeran las armas y que los soviéticos llegarían en una hora. El segundo, emitido a las 8.00, al Heeresgruppe Don, indicando que había cumplido con su deber y que no le quedaba más remedio que rendirse. Al final, en vez del habitual Heil Hitler, rubricó el mensaje con un “larga vida a Alemania”. Las últimas transmisiones radiofónicas llegaron a la patria poco después de las 9.00.
Era ya casi el mediodía del 2 de febrero cuando elementos del 62.º, 65.º y 66.º ejércitos del Frente del Don avanzaron para destruir a estas últimas fuerzas alemanas, atrincheradas en Barrikady y la fábrica de tractores. Frente a ellos, las tropas defensoras empezaron a retirarse en masa y a rendirse, individualmente o en pequeños grupos, sin oponer resistencia. Muchos se escondieron mientras otros se dirigían hacia la estepa, y también hubo varios miles que no aceptaron la rendición y decidieron seguir luchando entre las ruinas, los sótanos y los túneles, tal vez con el fin de tratar de escapar o tal vez tan solo para morir con las armas en la mano. A primeros de marzo, las tropas de guarnición, reforzadas por elementos del NKVD, habían acabado con todos estos resistentes.
A las 16.00 horas del 2 de febrero, los generales Konstantín Rokossovski y Nikolái Vóronov enviaron a Moscú un comunicado indicando que habían derrotado al ejército alemán y que las operaciones militares se detenían tanto en la ciudad como en la región de Stalingrado. En general y salvando algunas acciones menores, había sido una jornada tranquila para las tropas soviéticas, tal y como indicó Nikolái Krylov, jefe de Estado Mayor del 62.º Ejército. Durante el proceso de rendición de ese día otros 40 000 prisioneros vinieron a añadirse a los 50 000 capturados el 31, cogiendo todo lo que tuvieran a mano para abrigarse al máximo, pues sospechaban que la marcha hasta los campos de prisioneros iba a ser larga y muy dura. Entretanto, las conversaciones entre el General der Infanterie Strecker y un oficial del Estado Mayor soviético que le había acompañado a su puesto de mando dieron como fruto el que los miembros del Estado Mayor alemán pudieran marchar en vehículos al cautiverio, pero iban a tener que ser los suyos, pues los soviéticos no tenían ninguno disponible, y tampoco iba a haber para todos los oficiales, por lo que algunos tuvieron que ir andando.
La gran cantidad de cautivos reunidos obligó a organizar, a partir del 3 de febrero, un campo de prisioneros en Beketovka —localidad de Stalingrado— el n.º 108, aunque más adelante el Directorio para Prisioneros de Guerra de Stalingrado ordenó la apertura de más instalaciones ya que el primero carecía de los medios suficientes para contenerlos a todos. Aun así, la cifra pronto empezó a decrecer pues las heridas y la desnutrición –el 70 % de los reclusos en el caso del campo de Yuzhski– acabaron con la vida de muchos de ellos. Al final, solo 6000 de aquellos prisioneros de guerra conseguirían volver a sus casas, tras sufrir numerosas penalidades.
Ese mismo día 3 de febrero tuvo lugar el último vuelo de la Luftwaffe sobre Stalingrado. Un He-111 recorrió los cielos de la ciudad tratando de encontrar soldados alemanes que hubieran escapado del cerco para lanzarles suministros, sin detectar a ningún superviviente. Con alrededor de dos millones de bajas, la batalla de Stalingrado fue una de las más cruentas de la historia y también uno de los momentos clave de la guerra en el frente del este. La Operación Urano, organizada y dirigida por el mariscal de la Unión Soviética Gueorgui Zhúkov, fue un éxito completo pues cumplió con su misión principal, que era acabar con el Sexto Ejército alemán. Para las fuerzas rusas aquella victoria operacional, aquel primer cerco realmente exitoso de tropas alemanas, supuso una inyección importantísima de moral. Parafraseando a Churchill, para ellos aquel fue “el fin del principio”. Para Alemania en cambio fue un golpe demoledor, pues por primera vez vieron asomar el espectro de la derrota.
Bibliografía y notas
- Beevor, A. (2007): Stalingrad. Londres: Penguin Books.
- Busch, R. (2017): Supervivientes de Stalingrado. Testimonios de veteranos del Sexto Ejército, 1942-43. Málaga: Ediciones Salamina.
- Glantz, D. (2014): Endgame at Stalingrad. Book Two: December 1942-February 1943. Kansas: University Press of Kansas.
- Glantz, D. (2015): “Operación Urano. Contraofensiva soviética en Stalingrado”, Desperta Ferro, 7, pp. 6-13.
- MacLean, F. (2015): “La muerte del Sexto Ejército en Stalingrado”, Desperta Ferro, 7, pp. 35-40.
- Parfionov, A. (2015): “Los servicios sanitarios en Stalingrado”, Desperta Ferro, 7, pp. 42-45.
- Tsunayeva, E. (2015): “El destino de los prisioneros de guerra”, Desperta Ferro, 7, pp. 50-53.
[1] MacLean, F. (2015): “La muerte del Sexto Ejército en Stalingrado”, Desperta Ferro, 7, p. 40.
[2] Busch, R. (2017): Supervivientes de Stalingrado. Testimonios de veteranos del Sexto Ejército, 1942-43. Málaga: Ediciones Salamina, p. 142.
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